lunes, 23 de diciembre de 2013

Doce hombres sin piedad.


 

 

DOCE HOMBRES SIN PIEDAD

 

           Sobre el particular hacer la mención de que el jurado americano es de tipo puro en su función, es decir, sin jurados doctos en derecho, y que para dictar sentencia condenatoria, tiene que ser por unanimidad de sus 12 miembros; a diferencia del sistema español, que habiendo adoptado también el modelo de jurado puro; y no el sistema de escabinado, en el que existe jueces legos y doctos en derecho, tan sólo se requiere que la decisión se adopte por mayoría.

 

          En el comienzo de la película, la tarea de formar un veredicto de culpabilidad unánime, parece sencilla. Los testigos presenciales, en particular una vecina, apuntan claramente al hijo como autor del asesinato. Sin embargo, uno de los jurados se muestra reticente a despachar el asunto con la celeridad que pretenden compañeros. Aquí nos encontramos con diferentes estereotipos, no puedo olvidar la magistral interpretación, que creo recordar fue en Estudio 1 de Televisión Española, realizó Sancho Gracia, -también Ismael Merlo, Antonio Garisa- personificando al Jurado que tenía unas entradas de béisbol para un partido que se celebraba esa misma tarde, que le quemaban en el bolsillo y que quería despacharlo todo con la prontitud que la claridad de los hechos y la premura del partido, demandaban.

 

          Personaje también muy caracterizado, es aquél que desmonta la trayectoria del navajazo, a la vista del arma del crimen. Sincerándose con sus compañeros acerca de sus orígenes y de la razón de ciencia por la que decía que el modo en que había sido apuñalado el fallecido, no concordaba con arma intervenida. Decía: “en mi vida he visto más peleas a navaja que apretones de manos…” Y de ahí, infería las dudas razonables que representaba el caso.

 

          Magistral Igualmente, es el desmontaje de la principal testigo de cargo, la señora que entró en la sala del juicio muy coquetamente, habiéndose quitado las gafas que usaba; pero que un Jurado observador, detectó que las necesitaba, debido a las ostensibles marcas que las almohadillas de sujeción en la nariz, habían asentado de modo indeleble en su cara.

 

          En definitiva, las cosas no son lo que parecen, Henry Fonda va convenciendo uno tras otro a todos los jurados, y de la práctica unanimidad inicial del veredicto de culpabilidad; se pasa al de inocencia. Crimen, como tantos otros de la literatura y la filmografía americana, cometido en una zona marginal, cerca de las vías del tren; tren que enerva las conductas, destiempla los ánimos y en definitiva, parece hacer surgir lo peor de la condición humana. Todo una alarde de lo que la persuasión, inteligencia, perseverancia y generosidad en la consecución de un fin puede determinar ¡Lástima que en la vida real no sea así!

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